Nos gusta ver un animalito raro, fuera de su hábitat. Nos gusta conocer a alguien que tiene de mascota a un animal exótico, amamos lo inusual, el carácter inesperado e incontrolable de lo salvaje. Nunca he tenido a tanta gente visitándome como una vez, hace veinte años, que tuve a dos otorongos bebés de paso, en mi casa, en su camino de vuelta a la Amazonía. No existían las redes sociales ni siquiera los celulares, pero alguien supo que tenía a dos otorongos bebés en mi casa y de pronto iban llegando todos, Fernando, Maye, Alex y Alexandra, Jenny, mi hermana, Oscare, todos querían verlos, amarlos, tenerlos en sus brazos, temerle a su mordedura, que desde los tres meses puede causarte una lesión porque tienen unos colmillos potentes y aunque solo jueguen destruyen bellamente. 

Es muy atractivo esto de los animales salvajes, pero es cruel. En mi caso yo solo estaba facilitando su repatriación desde Lima a la selva, de modo que culpa no siento, pero vi cuánto se afana la gente por ese contacto, y el problema no es ese ataque de cariño que nos generan. El problema es que a los animales salvajes, usualmente, se les trafica, se les vende malamente o se les mata por su piel, dientes, por sus propiedades medicinales, afrodisíacas supuestamente y mil creencias que, aunque fueran reales, no merecen la muerte de un animal. 

Un hombre al que le han dicho que la aleta de tiburón en sopa o la ralladura de caballito de mar seco contribuyen a compensar pequeñeces humanas, desgastes, enfermedades y esterilidades, por más desesperado que esté, no tiene derecho a abusar de los animales que las alivian, sanan o contrarrestan... es abusivo desde que no considera la voluntad del ser sacrificado. No es justo. No puede generar una buena energía el matar o esclavizar a un animal para satisfacer una carencia, no lo creo, discúlpenme si los contradigo.

El tráfico de especies de vida silvestre es el tercer negocio ilícito más grande en el mundo, luego de las drogas y las armas, según un informe de Naciones Unidas. Ojo que esto de "vida silvestre" incluye a las especies forestales pero, ni eso quita que sean cientos de miles de animales los abusados, ni es menos amable y respetable un árbol, pues de él viene todo, agua, aire, comida, medicina, alimento, en fin...

Tenemos un país privilegiado, con 84 de los 104 tipos de vida silvestre existentes en el mundo. Estamos en el ranking mundial de los diez países megadiversos, aquellos en cuyos territorios se encuentra el 70% de la diversidad biológica del planeta. Nos llevamos el primer lugar en número de especies de peces de aguas marinas, segundo lugar en aves, tercer lugar en mamíferos y en anfibios, el quinto lugar en reptiles. Pero el problema, cuándo no, es la gente que, a diferencia de los inocentes animales, no nos genera ningún orgullo cuando, con sus actividades delictivas, nos ubica entre los países que más animales “exportan” ilegalmente. 

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PURA, PURITA CRUELDAD

La fauna peruana es requerida en los mercados internacionales de coleccionistas, de la investigación científica ilegal y del entretenimiento, como el caso del escarabajo elefante, un coleóptero de la Amazonia peruana, el más grande del mundo, que por su larga cornamenta es utilizado en peleas de escarabajos en Tailandia. Estos animales usan su cuerno como una espada hasta dejar boca arriba a su oponente. Los traficantes los envuelven en celofán, para que no mueran por la humedad, y los amarran fuerte con ligas para que no se muevan ni hagan ruido durante el viaje. 

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Al mono leoncillo lo adormecen mezclando un tranquilizante con su comida, lo meten en una media que hace de red, y lo esconden dentro de los maletines de mano que van en la cabina de pasajeros. Como estos monos miden máximo 11 cm, otros traficantes los llevan ocultos en la zona de los genitales o en los bolsillos interiores del abrigo. 

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Al guacamayo verde de cabeza celeste le cierran el pico con cinta adhesiva y, ya sedado, lo introducen en tubos de pvc, donde queda inmovilizado sin que su plumaje se quiebre. 

Por si fueran poco estas crueles formas de embalaje, los traficantes no calculan la dosis necesaria de sedante y se exceden hasta matarlos. Los que son amarrados sufren fracturas y heridas en su intento por liberarse. En el compartimiento de carga del avión están expuestos a bajas temperaturas y a la falta de oxígeno. 

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Todo ello disminuye su sistema inmunológico y los expone a virus y bacterias. Estas terribles condiciones hacen que sólo el 10% de animales del tráfico ilegal sobreviva lo suficiente para llegar a manos de los clientes internacionales. 

Un estudio de la Wildlife Conservation Society (WCS) y el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) concluye que 67,749 animales silvestres fueron decomisados entre 2000 y 2015. De estos, entre el 10% y el 20% fueron retornados a su hábitat, otros murieron por las crueles condiciones en las que fueron hallados, el resto fue ubicado en zoológicos. 

El 20% de esos más de 67 mil animales decomisados en los últimos 15 años tenía como destino el extranjero. La ruta que traza este crimen comienza en la selva amazónica y en menos proporción en las regiones andinas. 

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Lima sirve como centro de acopio y de allí parten a Europa, Estados Unidos, Canadá y Asia -especialmente a China-, por aire, mar y tierra. 

El tráfico internacional es una mafia en cadena, trabaja por pedido para colocar a las especies como mascotas, para investigación científica, para los coleccionistas, medicina, afrodisíaco y otros fines, según explicó hace un mes a los medios Fabiola Muñoz, directora del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) del Ministerio de Agricultura. Se había logrado decomisar en el Callao un cargamento de 8 millones de hipocampos (caballitos de mar) extraídos en la costa de Piura y Tumbes, y habíamos visto, asombrados y conmovidos, a una cantidad demasiado grande de esos animales, muertos ya, después de desaparecer de sus aguas, peligrando aun más sus posibilidades de extinción. Su destino era Asia, donde algunos creen que tienen propiedades afrodisíacas y creen, sobre todo, que tienen derecho a someter a un animal tan valioso a morir en nombre de sus pequeñeces sexuales. El valor de este cargamento rondaba los 3,9 millones de dólares. 

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Un estudio hecho entre el 2007 y 2013 por la WCS, el Proyecto Guacamayo de Tambopata y el Instituto de Investigación de Enfermedades Tropicales de la Marina de Estados Unidos, logró identificar y monitorear el comercio de animales silvestres en 41 mercados de 10 ciudades del Perú. Entre las 4 más problemáticas están Loreto, Lima, Pucallpa y Tumbes, en ese orden. 


NECESITAMOS MÁS PROTECCIÓN 

Según un estudio publicado por el biólogo Lucio Gil Perleche, especialista en fauna silvestre del Ministerio de Agricultura, casi el 50% de las especies silvestres capturadas y comercializadas en el mercado internacional provienen de los bosques de Sudamérica. Se ha calculado que cada año salen de Sudamérica hacia el resto del mundo aproximadamente 40 mil primates, 4 millones de aves vivas, 15 millones de pieles de animales y más de 13 millones de peces tropicales. La mayoría de especies dentro de categorías de protección nacional o internacional.

Entre las especies peruanas más traficadas tenemos pihuichos, loros, pericos, gallitos de las rocas, boas, iguanas, lagartos, tortugas, osos de anteojos, coatíes, zorros, vicuñas, monos, hipocampos y anfibios. 

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Si bien estamos avanzando en concientización, todavía existe un gran desconocimiento por parte de la población sobre el daño ocasionado de tener especies silvestres como mascotas. Tampoco se informa suficientemente a los visitantes extranjeros, sobre la prohibición en la compra de flora y fauna silvestre sin permisos. Incluso por internet podemos buscar ofertas de animales silvestres.

Además de incrementar el control, las autoridades como Serfor apuntan a endurecer las penas impuestas a los traficantes. Desde el 2008 el delito de tráfico de vida silvestre se paga hasta con cinco años de cárcel, pero entre los casos ocurridos la pena no ha excedido los cuatro años o el reo ha quedado con libertad condicional. Necesitamos una campaña agresiva para que la población no compre animales exóticos o silvestres, con información en los colegios y en las redes, con letreros en los aeropuertos y puertos marítimos o fluviales. 

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Es urgente, además, creer en la importancia de la creación de zonas reservadas como la del Mar Pacífico Tropical, de donde vienen esos 8 millones de hipocampos disecados, además del 70% de la biodiversidad marina del Perú. 

Si estos datos resultan dolorosos, asumamos el compromiso de denunciar, no solo lo que se exporta sino también lo que se queda aquí, en forma de miles de abusos. 

No tiene gracia que nuestro vecino tenga un loro, por muy feliz y habladora que nos parezca su mascota. 

Que nuestros hijos sepan que los animales nacieron para ser libres.  

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